miércoles, 31 de mayo de 2017

Adios, muchachos

Acabo de echar cuentas y, entre unas cosas y otras, llevo casi una década dándole a la tecla en el mundo blog. Cuando abrí este que estás leyendo tenía 63 años y, en un derroche de imaginación, se me ocurrió el título que abre la página. Pero el tiempo pasa inexorablemente también para las blogueras y he llegado a un punto en que no puedo honestamente seguir alimentando unas entradas que empiezan mintiendo. Estoy a punto de no poder contar los sesenta porque ya se me ha acabado la década. O el decenio, que no estoy segura de lo que se acaba. El hecho es que voy a cumplir 70. 

Ha sido una buena década, las décadas pares son las mejores para las mujeres. Empecé siendo una persona activa y la acabo jubilada. Un quinquenio de jubilación, tengo que mirar si la Seguridad Social me lo computa en la pensión. Una década en la que todo ha fluido con normalidad, las herederas son irremediablemente adultas y la nieta es una adolescente florida, como debe ser. Así que año nuevo, vida nueva. O por mejor decir, década nueva, blog nuevo. En consecuencia, con este post echo el candado a Contando los sesenta. Lo cual no quiere decir que vaya a dejar de escribir. Quia.  

Para estrenar el año y la década he decidido hacerme dos regalos. Uno es una página web para mí solita. Con mi dominio, mi hosting y mi canesú. El otro es un libro. Sí, señora, señor, señorita o señorito. Durante este año que he tenido medio abandonado el blog me he dedicado en cuerpo y alma a investigar sobre la vida y milagros de una mujer maltratada por su familia y por la historia. El resultado es un libro que acaba de ver la luz y del que os hablo ya en la nueva página, que la encontráis aquí.

Quiero agradeceros vuestra compañía, la santa paciencia para leer los casi setecientos post que he ido subiendo a lo largo de estos años, vuestros comentarios, vuestra amistad y los muchos buenos ratos que hemos pasado. Como he repetido tantas veces, estoy convencida de que las redes sociales se han inventado para poner en contacto a personas estupendas que de otro modo nunca hubieran llegado a conocerse. Solo por eso valdrían la pena. 

Como espero que sigamos en contacto esto no es una despedida sino un nos vemos en otro sitio. Allí os espero, con las mechas puestas, feminista perdida y dispuesta a contar lo que veo desde la altura de los setenta años. 

domingo, 7 de mayo de 2017

La machirulada de APR


Manuel Vicent solía -no sé si suele- escribir cada año un artículo antitaurino. Independientemente de la sinceridad de su posición, era su manera de empezar la temporada sabiendo que todo el mundo iba a hablar de su artículo. Estoy convencida de que Arturo Pérez Reverte (APR) hace lo mismo. De vez en cuando, si le parece que decae el interés de los medios sobre su excelsitud, escribe una machirulada para llamar la atención. Eh, mundo, miradme, que sigo en plenas facultades. El mundo le mira. Unos le ríen las gracias. Eso es un hombre con un par, dicen. Otras se sublevan. Siglos ya luchando por la igualdad y que salgan nícalos como éste... A mí antes me indignaba el tipo, ahora me produce una cierta ternura. Estos machomanes cuando alcanzan una edad pierden fiereza y dan un poco de risa. 

La última vomitona se publica esta semana en la revista XLSemanal que se distribuye con algunos periódicos. La cosa va de una cena de chicos en Casa Lucio, que estos no van a cualquier sitio. Estando allí hablando de sus cosas descubren que en el local está también una actriz, la pelirroja de Mad Men, de nombre Cristina Hendricks, a la que ellos conocen como "la pelirroja de las tetas grandes", acompañada de su marido. Su ojo experto les dice que el mozo "no tiene ni media hostia". Por si las moscas. 

La hazaña consiste en que uno consiga hacerse una foto con la susodicha, lo echan a suertes y le toca a Manuel Jabois, que, según parece, es su sex symbol, su "semental de concurso". Pero la chica pasa muy mucho del chico sexy y -supongo- de su cuadrilla. El marido "pone mala cara y dice que de fotos, nada". Jabois vuelve con los suyos, "humillado". Miran otra vez al marido y confirman que sigue sin tener "media hostia". "Deberíamos romperle el morro", propone Pérez Reverte (¿Qué menos?). Llegado el momento de las copas, uno de los cuadrilleros pide Fra Angélico y APR, la voz de la sabiduría, comenta: "Bebida de puticlub". (No me extraña que el pollo sea experto en puticlubs porque no sé yo si habrá muchas mujeres dispuestas a darle palique gratis y en frío, pero eso es otro capítulo).

Total, que salen del local y se encuentran a la actriz haciéndose foto "con todos los que pasan por allí", lo cual les reafirma en su convicción de que "el marido no tiene media hostia". No aclara si en ese momento, antes o después, se comprometen a que cada cual habrá de dar su versión de los hechos por escrito pero pasa el tiempo y solo el machomán de APR se atreve. Quizá porque es el mayor "y aún respetamos esas cosas entre nosotros". 

La cosa -porque artículo no sé si es- termina con la cuadrilla alejándose en la noche. Cualquier periodista sabe que escribir un artículo semanal y que te salga siempre sublime es harto complicado. A veces sale y, cuando no, el periodista se alivia como puede porque hay que ganarse las alubias. Seguramente es lo que le ocurre al bueno de APR, cada vez con más frecuencia, dicho sea con el afecto que el chico se merece.

Pero, nada más que por especular, me pregunto qué pasaría si una periodista -una, insisto- se pusiera a la tecla y empezara su artículo, columna o cosa escribiendo sobre Arturo Pérez Reverte: El calvo del pito pequeño. No quiero ni pensarlo. 

lunes, 6 de marzo de 2017

El 8 de Marzo voy a hacer huelga revolucionaria

El 8 de marzo se celebra cada año el Día Internacional de la mujer. La conmemoración no es de ahora. Arranca el 8 de marzo de 1857, cuando un grupo de trabajadoras textiles salió a manifestarse por las calles de Nueva York en protesta por las miserables condiciones de su trabajo. Unos años después, el 5 de marzo de 1908, la misma ciudad de Nueva York vivió con sorpresa la huelga de un grupo no muy numeroso de mujeres que reclamaban igualdad salarial y una reducción de jornada laboral a diez horas para poder amamantar a sus hijos. Durante esa huelga se produjo un incendio en la fábrica Sirtwoot Cotton en el que murieron más de cien mujeres. Todo apunta a que el fuego fue provocado por el propietario del negocio como respuesta a las reivindicaciones de las trabajadoras. Dos años después, en Copenhage la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras declaraba el 
8 de marzo como Día de la Mujer Trabajadora. De ahí venimos.


Este año de 2017 a las reivindicaciones históricas: igualdad salarial a igual trabajo, reparto de tareas en el ámbito doméstico, reparto de las tareas del cuidado, igualdad de derechos, etc, se añade una protesta contra la violencia machista. Por si alguien no se ha enterado a estas alturas, nos están matando a pares. Cada día, cada hora, cada minuto, en algún lugar del mundo y también de España, aquí al lado, hay un hombre que se cree con derecho a decidir sobre la vida de una mujer. Y como se cree con derecho, la mata. Nos matan. Una violencia insoportable que, sin embargo, parece que no le importa a nadie, que a nadie mueve a tomar medidas adecuadas, antes al contrario, se recortan presupuestos de apoyo a las mujeres maltratadas. 


El movimiento feminista ha convocado una jornada de huelga este 8 de marzo. Dice la RAE que huelga es la "interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de los trabajadores con el fin de reivindicar ciertas condiciones o manifestar una protesta. ¿Cómo hacer huelga una jubilada? Para eso está también la RAE, que especifica seguidamente que la huelga revolucionaria es aquella "que responde a propósitos de subversión política, más que a reivindicaciones de carácter económico y social. 


Voy a hacer una huelga revolucionaria. No testimonial, efectiva. No voy a hacer ninguna de las tareas que tengo asignadas, distribuidas de común acuerdo y a partes iguales con el colega. En consecuencia, no voy a hacer la comida, ni la compra, ni voy a planchar. Tampoco voy a comprar nada en esas empresas que cosifican a la mujer en su publicidad. No voy a hacer nada, ya lo he dicho. ¿Por qué? Por mi nieta, que aún no está en condiciones de hacer huelga. Porque es nuestra obligación dejar a nuestras hijas y nietas un mundo más acogedor. 


Porque quiero que ella pueda elegir lo que quiera ser: pintora o fontanera, ingeniera industrial o maquinista, maestra o informática, diseñadora, delineante, bombera, lo que quiera. Que pueda decidirlo libremente, sin condicionantes de ningún tipo. Que pueda acceder al estudio y al trabajo en las mismas condiciones que lo harán sus compañeros varones, que gane igual, que trabaje igual, que ascienda igual, que sea considerada igual que cualquiera de ellos. Y que cuando vuelva a su casa, si elige compartir la vida con alguien, ese alguien sepa que tiene las mismas obligaciones, las mismas tareas, las mismas responsabilidades y el mismo derecho al descanso que mi nieta. Ni una más pero ni una menos. Y que sepa, sobre todo, que mi nieta es una ciudadana con plenos derechos, esto es, que puede elegir con quien vivir y con quien no quiere vivir. Libremente, sin temores. 

Quiero que mi nieta viaje donde quiera, que salga cuando quiera y vuelva cuando le parezca bien. Sin miedos. Sin miedo. Que si sale por la noche y vuelve sola a casa y oye pasos cerca, sea el servicio municipal de la limpieza y no un acosador. Quiero que pueda vestirse como le parezca sin tener que dar explicaciones a nadie. Quiero, en suma, que sea una mujer, una persona libre. Quiero mirarle a ella y a su futuro con la misma tranquilidad que lo haría si fuera chico en vez de la espléndida adolescente que es ya. 


Por eso, y por algunas razones más, voy a hacer huelga este 8 de marzo. Una huelga revolucionaria. Porque a las mujeres solo nos salva ya una revolución.       

martes, 21 de febrero de 2017

De las jóvenes sabias a las mujeres bobas


El afán de saber, la curiosidad es inherente a la condición humana, es lo que ha empujado a la humanidad a avanzar. Sin distinción de razas, sexos o edades. Bien es verdad que luego, durante siglos, el saber, el conjunto de conocimientos, ha sido administrado por hombres -masculino, plural- de manera un tanto cicatera, como si la sabiduría, la ciencia y la técnica les pertenecieran. Hasta tal punto, que durante siglos se ha mantenido en Europa un largo debate filosófico, político y literario sobre si la "inferioridad natural" de las mujeres les permite aprender conceptos abstractos o éste es un arte reservado a la "superioridad natural" de los hombres. Es lo que se conoce como "la querella de las mujeres".

Simultáneamente, también desde tiempo inmemorial, las mujeres han demostrado un deseo de saber, de conocer, por encima de cualquier obstáculo. Los ejemplos son casi infinitos pero me voy a ceñir a un grupo de jóvenes que a finales del siglo XV se reunieron en la corte de Isabel la Católica, mujer virtuosa pero bastante inculta porque nadie se había preocupado de su formación. Consciente de sus carencias, Isabel llamó a Beatriz Galindo, mujer sabia conocida como La Latina, para que fuera su maestra y con ella aprendió latín, lo que le permitió conversar con los embajadores al mismo nivel que su marido, el rey Fernando, que sí era un hombre culto. Y se preocupó muy mucho de que sus hijas -Isabel, Juana, María y Catalina- tuvieran una formación igual al menos que la de su hijo Juan. De hecho, las cuatro destacaron por su cultura en las cortes donde fueron soberanas. 

Ese grupo de jóvenes es conocido como las Puellae doctae, las Jóvenes sabias, un ramillete de mujeres admirables entre las que se encuentran las dos primeras docentes universitarias: Francisca de Nebrija, que sucedió a su padre, Antonio de Nebrija, en la Universidad de Alcalá de Henares, y Lucía de Medrano, que enseñó en la de Salamanca. Francisca, además, colaboró con su padre en la redacción de Gramática, que a él le ha valido pasar a la posteridad. A este grupo pertenece también Isabel de Vergara, doctísima en letras latinas y griegas, traductora al castellano de los escritos de Erasmo de Rotterdam.

Y destaca, de manera especial, Teresa de Cartagena. Religiosa y escritora, descendiente de conversos. Profesó en el monasterio franciscano de Santa Clara de Burgos y luego en el de las Huelgas, donde se le declaró una sordera total. Superando sus dificultades, la sordera inspiró su libro La arboleda de los enfermos, donde trata sobre los beneficios espirituales del sufrimiento, que le valió ser considerada la primera escritora mística en español. Tan bueno debía ser el libro que los entendidos de la época consideraban que no podía haber sido escrito por una mujer, lo que le empujó a escribir Admiraçion Operum Dei, donde defiende el derecho de las mujeres a escribir, que es tenido como el primer texto feminista de una mujer española. 

No son las únicas pero son las más -aunque poco- conocidas. Todas tuvieron que luchar contra corriente. Juana de Contreras se enfrentó a su maestro Lucio Marineo Sículo -el intelectual orgánico del momento-, que le aconsejaba dejarse de ambiciones, adaptación humanista del "vete a fregar a tu casa". 

Desde entonces han transcurrido seis siglos. Seiscientos años durante los cuales las mujeres hemos seguido insistiendo en reivindicar la igualdad entre mujeres y hombres. Esto es: que nadie es sabio ni bobo por naturaleza sino que ignorancia y sabiduría son dones al alcance de cualquiera. Bien es cierto que no todo el que lo desea puede conseguir el conocimiento. La familia en la que se nace, el poder adquisitivo, el lugar donde se vive, condicionan el acceso al saber pero, superadas esas limitaciones, especialmente si se ha nacido en una familia privilegiada, se necesita una cierta tenacidad para ser ignorante.

Estos días hablamos de las mujeres que se atrincheran en la ignorancia para excusarse de culpa. Mujeres que han gozado de privilegios reservados solo a las élites, que han ido a la universidad, que se han licenciado, que han viajado, que tienen acceso a las tecnologías avanzadas, alegan ignorancia supina ante la justicia. Mire, señoría, vienen a decir, no me exija demasiado que no doy para más, ¿no se ha dado cuenta de que soy mujer? Y sus señorías, por lo común, las miran como Lucio Marineo Sículo debía mirar a las Jóvenes sabias, y ven unas mujeres atractivas, sin más ambición. Y las comprenden. No hay más que ver que la infanta Cristina, que firmó cuanto su santo esposo la puso por delante, sin molestarse en leer lo que firmaba, ha salido absuelta. No sé si en este caso puede atribuirse lo de falta de ambición, pero a ella le ha valido.

En la segunda década del siglo XXI, ser mujer instruida en España es una obligación, no una opción, ni siquiera un mérito. La enseñanza es obligatoria hasta los 16 años. Así que se necesita un cierto empecinamiento para ser ignorante. Y mucha mala fe para declararse como tal mientras se disfruta de los privilegios de la clase acomodada. Es más, hay que ser muy traidora a tu condición de mujer para olvidar el esfuerzo de tantas generaciones para que nos sean reconocidos los derechos de ciudadanía. Traidora, incluso, a tantos millones de hombres y mujeres que ahora mismo en otros lugares del planeta luchan por poder ir a la escuela.

Ser ignorante a tiempo parcial o a plena dedicación, como en los casos recientes de mujeres al borde del banquillo, es una traición y un delito de lesa humanidad. O de lesa majestad. 

lunes, 9 de enero de 2017

Mario Soares descansa en Prazeres

España tiene por costumbre ignorar lo que ocurre en Portugal, el país vecino y, por tantas razones, hermano. La muerte de Mario Soares, que fue presidente de la República y uno de los líderes del socialismo cuando el socialismo y los socialistas eran respetables y respetados en Europa y en el mundo, ha vuelto a dar ocasión para demostrar esta ignorancia. Que la prensa hable de Soares como el líder de la transición portuguesa es un exponente de este desconocimiento y de la indocumentación general de la prensa hispana pues es sabido que en Portugal no hubo transición sino ruptura: el hasta aquí hemos llegado que supuso la revolución del 25 de Abril. Quienes peinamos canas nos hemos pasado media vida diferenciando entre un concepto y otro para que ahora vengan ABC y la criatura de P.J. a hacer tabla rasa. 

Con Mario Soares muere un político de vocación que ejerció sus responsabilidades políticas cuando hacerlo comportaba más riesgos y sinsabores que ventajas. Lo hizo con sensatez y prudencia y a él se debe en buena medida que la Revolución de los Claveles no se desmadrara, lo que le valió la enemistad de los comunistas, que lideraban la asonada, y el desprecio de Álvaro Cunhal, su líder histórico. Portugal se ha echado a la calle para despedir a quien fue su presidente y a acompañarlo hasta su morada definitiva en el cementerio de Prazeres. 
Este cementerio municipal lisboeta está considerado un museo al aire libre. Situado en el barrio de la Estrela, desde sus tapias se divisa el puente 25 de Abril, que une las dos orillas del Tajo poco antes de su desembocadura. Prazeres es un lugar acogedor, donde anidan las gaviotas, en cuyas calles se alzan grandes panteones o sencillas tumbas, todo con un aire familiar, como de andar por casa. 
Hay aquí sentidos monumentos: a los bomberos de la ciudad, a la nieta muerta a los seis años, el republicano que murió fiel a los principios de toda su vida...
Hay tumbas abandonadas, que hablan de olvido y desaparición. Y otras con sus cortinas, o sus azulejos pintados, tan portugueses, como invitando a la visita. 
A la viajera le llamaron la atención dos tumbas de manera especial: aquella que recuerda a quienes cayeron durante la dictadura ("Cuando la dictadura es un hecho, la revolución es un derecho") y la que guarda los restos de Henrique Galvao, el capitán inductor de la "Operación Dulcinea", que consistía en secuestrar un barco portugués en pleno océano Atlántico. Ocurría en 1961 y fue el primer secuestro del que la viajera guarda memoria. Unos gatos que merodean por el lugar vienen a poner la nota doméstica entre tanta épica.

El cementerio de Prazeres es un lugar grandioso y sencillo, el lógico destino final de un hombre como Mario Soares, que acertó a ordenar la ruptura democrática de Portugal. Que la tierra le sea leve.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Manolo Arandilla, mientras cae la tarde


Manolo es un ser fuera de serie. Inteligente, divertido, educado, buena persona, sensible, poeta, buen conversador y buen oidor. Buen cantante de tangos. Y guapo como no veas. Todo esto, en vida. Y no de ahora, desde hace muchos años. Manolo es un ser privilegiado, que ha sabido convertir la amistad en un privilegio de quienes pueden llamarse sus amigos. Que son, somos, muchos. Porque otra de sus virtudes es la de hacerse querer.  

Recuerdo a Manolo de niño, yendo a clase de la señorita Conchita. Él de los pequeños, yo de las mayores (debía de tener ocho años y él cinco) y ya era un príncipe. Un príncipe que se reconocía como tal. ¿Habéis visto ese retrato del niño Guidobaldo da Montefeltro de Piero della Francesca que cuelga en el museo Thyssen? Pues lo mismo, pero menos rubio. Un príncipe del Renacimiento, al que cuidaban y protegían sus padres, especialmente su madre, y sus hermanos, especialmente su hermana, Pinita. 

Para hacer más honor a su imagen se fue a estudiar a Lovaina, lo que daría ocasión a no poco pitorreo entre sus amigos, especialmente Toni, que le recordaba su título de "Laboina", con el propósito de mortificarlo. Toni y Manolo, tan disímiles y tan parecidos, esas dos figuras imprescindibles en la función de Aranda, trajeados como buenos burgueses el día de la Virgen. 

Cuidado, que con Manolo se corre el riesgo de perderse por las ramas de lo anecdótico, tantas son sus peripecias, sus lances y chascarrillos. Pero yo, que he pagado un dineral en caramelos para compensar la demora de mis herederas en devolver los libros y que durante años tuve siempre en la nevera de mi casa morcilla, huevos y croquetas por si acaso venía a cenar a horas intempestivas, -con la esperanza, nunca cumplida, de que me dedicara alguno de sus versos- quiero ceñirme a su vertiente seria, fecunda y generosa. A su condición de ciudadano honorable.

Manolo pudo haber elegido asentarse en cualquier lugar para vivir pero escogió volver al pueblo donde había nacido, Aranda de Duero. Y no siempre lo tuvo fácil. Unas veces fue utilizado como escudo, otras como punta de lanza. Le veo, treinta o cuarenta años atrás, diciéndole ¿por qué no te vas a comerte el mundo?, mientras él me explicaba pacientemente la diferencia entre localismo y localizado. Se puede trabajar desde cualquier punto de la tierra y ser universal, ecuménico, me repetía, cuando nadie hablaba de globalización y ni siquiera se había inventado internet. Te vas a quemar o, peor aún, te vas a adocenar, no te lo van a agradecer, le decía yo, tratando de estimularle en momentos complicados. No se trata de que te agradezcan, ni siquiera de que te reconozcan, se trata de tener algo que decir y algo que hacer.

Encontró su tarea en la biblioteca. La Biblioteca de Aranda, que es, gracias a él y al equipo que ha sabido reunir a su alrededor, una de las mejores de España. Primero, catalogó los fondos que andaban desperdigados y en riesgo de perderse. Los fondos propios y los que se habían adquirido al Salón de Recreo de Burgos, con ese mobiliario que te traslada sin dificultad a cualquier siglo anterior, y esos volúmenes que nadie sabía hasta donde llegaban. Trabajo ímprobo el de la catalogación, que él asumió. Luego, aprobó la oposición para el puesto de director. Y pasó de ser el joven príncipe de Piero de la Francesca a un noble renacentista como el retratado por Antonello da Messina. 

Desde la biblioteca ha dinamizado la vida local de una manera impensable. Inculcó en los niños la afición -no la obligación, la afición- a leer, enseñó a muchos de ellos a pensar, a elegir... Los aconsejaba, los introducía en el mundo literario y, si se demoraban en devolver los libros, los penalizaba a razón de un caramelo por día de retraso, sus primeras lecciones de responsabilidad. De todos los reconocimientos que ha tenido y pueda tener creo que el más importante, el que a él más le importa, es el cariño de varias generaciones de niños -muchos ya mujeres y hombres adultos- a los que abrió mundos insospechados a través de los libros.

Tuvo además, hace ya treinta años, el acierto de fundar y dirigir una serie de publicaciones, todas con el título genérico de Biblioteca, a razón de una por año, dedicadas al estudio de la comarca ribereña desde múltiples puntos de vista. Han pasado desde entonces, varios alcaldes por la villa y otros tantos concejales de Cultura. A todos ellos los ha ido convenciendo con su verbo florido, de la conveniencia de seguir financiando una publicación que, sin duda, será cara, porque es muy buena. Una obra que da la medida de lo que es una ciudad persuadida de su propia valía, de su historia y de sus posibilidades de futuro. Una obra que por sí sola justifica una vida. 


Todo ello no diré que sin despeinarse porque no sería verdad. Se ha despeinado mucho, a veces, más de lo debido. Pero como ya se lo he dicho a él, no es cuestión de repetirlo. Todo ello, digo, mientras hurtaba tiempo a lo que de verdad le gusta: escribir, escribir poesía. Así han ido naciendo Al ritmo de tus pasos, Tiempo de vendimia, El abrazo, El Hombre baldío, El escondite cuántico, Un milagro apenas percibido... Hablé de él y de sus versos y de esa manera de describir poéticamente nuestros recuerdos, en este post sobre las tiendas de ultramarinos

Pues bien, Manolo Arandilla se jubila. Sus amigos le van, vamos, a acompañar en esa despedida, que en realidad es un hasta siempre. Como está viviendo una fase fervorosa dice que lo primero que va a hacer es retirarse un mes al monasterio de Valvanera con sus cuadernos y sus archiperres a meditar y a escribir. Con suerte, subirá a su blog alguno de sus poemas. Como ese que habla de la tarde que cae...

Ahora que cae la tarde
y los pájaros
descansan de su vuelo, 
me adentro
en el crepúsculo gozoso
de la meditación sincera.

Ha transcurrido el día 
y he vivido.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Machistas, fuera de aquí

Si en estos momentos estuviera en activo no firmaría este post. Si fuera una periodista en activo no podría, no debería firmar esto. No se debe escribir mientras te hierve la sangre, mientras se te revuelven las tripas, cuando deseas que haya justicia divina y caiga un rascacielos sobre tanto machista que hay suelto, cuando esperas que haya justicia, aunque sea humana. No se debe escribir cuando sientes la náusea y la impotencia y sabes lo que sientes pero no sabes qué más puedes hacer.  

Esta noche han asesinado a otra mujer. Una gota más en ese chorreo constante que cada año acaba con más de medio centenar de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas o ex novios o ex lo que sean. Mujeres asesinadas por haber dicho hasta aquí hemos llegado, por negarse a mantener una relación, por negarse a seguir vinculadas a quienes no quieren. Mujeres asesinadas por defender su libertad, su derecho a elegir, a ser libre, a estar solas o acompañadas, como ellas quieran. Mujeres asesinadas por quienes creen ser dueños de ellas, quienes no entienden que una mujer no es propiedad de nadie, que no aceptan en sus parejas los derechos que reclaman para sí mismos. Mujeres asesinadas por hombres cobardes, que matan a quienes creen inferiores, pero que nunca levantarían la voz a un policía, a un bombero, a un jefe. Mujeres asesinadas por ser mujeres, únicamente por eso. 

La víctima de esta noche era como las otras que le han precedido, como las que, desgraciadamente, le seguirán. Una mujer que trabajaba para sacar adelante a su hija, para salir adelante ella misma. Esta vivía en Burgos y era periodista. Una periodista que escribía, por ejemplo, sobre la necesidad de educar en igualdad para prevenir la violencia machista.

Como va siendo habitual, tan pronto como se ha conocido la noticia las autoridades locales han convocado un acto de repulsa contra la violencia machista. Allá que nos hemos ido el colega y yo. Encuentro a personas a quienes hace años que no veo. ¡Qué mal momento!, saludo a un antiguo conocido. Sí, ya ves, responde él. Esto no se arregla hasta que los chicos no os deis por aludidos, digo, que las mujeres ponemos las muertas pero vosotros ponéis los asesinos. Qué cosas dices en un momento tan delicado como este, contesta él, ofendido. Por eso lo digo, porque cada año cae medio centenar de mujeres y parece que no os importa, contesto y noto que me voy recalentando. ¿Tú no descansas nunca?, me dice. En esta materia, nunca, respondo. Pues díselo a quien le haga falta, concluye él, se da media vuelta y se va. 

No se dan por aludidos. No va con ellos. No identifican los comportamientos machistas. Creen que están hechos así por la gracia divina y todo gira en torno a ellos. Ese antiguo concejal al que tantas veces he oído decir que por qué no me voy a fregar en vez de estar tocando las narices a la corporación municipal; ese mismo que decía a su santa esposa: tú cállate, guapita, que de esto no entiendes. Ese que prometía -y concedía- contratos a chicas de buen ver a cambio de favores personales. Ese que está atrincherado en un puesto público sin mayores méritos que pertenecer a un partido que le protege no es capaz de identificar que su comportamiento es típicamente machista. 

Cuando llega el momento de silencio, se forma la representación oficial y allá están ellos, la muchachada macho en primera fila, con cara afligida. Esos que racanean a la hora de presupuestar para prevenir la violencia machista; esos que dicen que las mujeres se quejan por nada; esos que califican a las mujeres de feminazis; esos que hacen bromas sobre las habilidades sexuales de los hombres; esos que se saben todos los chistes sobre los hombres machos y las mujeres rendidas; esos, como aquel alcalde de un pueblo serrano que cuando el PSOE incorporó las listas paritarias preguntó, ¡tan gracioso él!, si tendría que ponerse tetas para que le hicieran candidato. También esos que pagan menos a las mujeres por el mismo trabajo; los que despiden a las mujeres por quedarse embarazadas. Esos que tapan cualquier posibilidad de ascenso de ellas porque creen que los puestos de dirección, de representación, el mando, el poder, les corresponde en exclusiva. Esos que, como buena parte del clero, reprochan a las mujeres no ser lo bastante dóciles, los que las acusan de soliviantar a sus maridos, los que utilizan los púlpitos para culpabilizar a las mujeres que reclaman sus derechos. Esos, clérigos o laicos, que actúan con total impunidad y luego se apresuran a poner cara compungida ante las cámaras.   

Tendría que haber esperado para ponerme a escribir. Si estuviera en activo, lo haría. Pero soy una periodista jubilada y quiero aprovechar el tiempo que me queda para insistir tantas veces como sean necesarias que la culpa de que sigan muriendo tantas mujeres asesinadas por hombres que creen ser sus amos no es de las víctimas sino de quienes defienden que los derechos de ciudadanía son de los machos, que las mujeres son parte de la costilla de los hombres, que solo ellos pueden elegir con quien emparejarse. Quiero decir que la solidaridad con las mujeres no es quedarse quietos y callados como pasmarotes en las plazas cada vez que una mujer es asesinada sino respetarnos como iguales y respetar nuestras decisiones. 

Pienso en Yolanda, la periodista asesinada esta noche, y en su hija y se me revuelve el estómago y me hierve la sangre. Pienso también que se necesita cuajo para ponerse ahí, seriecito y formal, protestando contra la violencia machista siendo uno mismo machista redomado. Quizá tendríamos que ir pensando en establecer el derecho de admisión y, llegado el caso, empezar a expurgar entre los aficionados a salir en la foto. Si no eres capaz de demostrar que estás por la igualdad, fuera de aquí. Vete a la Asociación La Rueda o a cualquiera otra que trabajan con mujeres maltratadas y que te den un cursillo.