miércoles, 14 de septiembre de 2011

Miedos

Va entrando en la edad de pensar en la muerte, hace decir Lucía Echevarría a uno de sus personajes. Yo he entrado ya en esa edad pero me ha cogido con experiencia. Cuando aún no había cumplido 25 años estuve a punto de morir. Desde entonces tengo la sensación de vivir una suerte de regalo vital.

Hablando en frío, hipotéticamente, suelo decir que estoy preparada para morir. Ligera de equipaje, como los hijos de la mar, evoco a Machado. Y no miento. Pero en los últimos tiempos la muerte merodea en las inmediaciones. Aparte de las pérdidas de los seres queridos que son inevitables por edad: mi abuela, mi padre, he perdido ya a varios amigos y ahora mismo estoy despidiéndome de algunos otros. Cuando la explosión de Chernobil, mi amiga Nani comentó: Esto nos va a traer más cáncer. Así ha ocurrido. Ella fue la primera en irse. Era una mujer irremplazable. Yo aún no me he recuperado de su ausencia. El año pasado se le detectó un tumor a otra amiga común, de Nani y mía. Allá va en su pelea.

En el trabajo, dos compañeras pelean en estos momentos con sendos cánceres. A una le han extirpado las dos mamas. Una intervención agresiva de la que trata de recuperarse. La otra lucha contra un melanoma que se ha extendido al riñón, al hígado, a un pecho, a la cabeza. Ella lucha contra la enfermedad con una ferocidad que nos deja apabulladas. Bromea con sus achaques, se ríe de su apariencia. Sabemos que el dolor va por dentro, pero asombra su tenacidad.

La semana pasada, asistí al entierro de una amiga de la familia. Una mujer de vida convencional y canónica. De costumbres ordenadas, jamás había fumado, en mayo la detectaron un cáncer de pulmón. Le dieron seis meses de vida que no ha llegado a cumplir. Hoy tenía cita para una mamografía. Una revisión rutinaria. No obstante, a medida que se aproximaba la hora me ha entrado el temor. ¿Y si me vieran algo? ¿Y si fuera yo esta vez la señalada? No sé si miedo es la sensación adecuada, seguramente sí. Miedo a la mutilación, a los tratamientos agresivos, a perder el pelo, las fuerzas, a dejar de ser yo.

 
Este invierno ha muerto quien años atrás fuera novio de una amiga. Le detectaron un cáncer y decidió que no quería someterse a la terapia agresiva que le indicaban los médicos. Si no se pone en tratamiento morirá, le advirtieron. Y él aceptó el destino. ¿Qué haría yo, llegado el caso? No sé. El instinto vital es fuerte, casi siempre.

Hoy, pienso que no tienen sentido los tratamientos agresivos que acaban irremisiblemente en la muerte del paciente. He llegado a la clínica rodeada de un miedo atávico, el temor a lo desconocido. Me atiende una enfermera mayor, de esas entradas en años y en carnes, de aspecto huraño pero de trato amable.

Me plancha las tetas de forma inmisericorde. Cuatro veces. - Espere cinco minutos y, si no la llamo, puede irse, me dice al terminar. Vuelvo a la sala de espera y trato de relajarme leyendo la última novela de Maruja Torres. Cinco minutos en los que siento que pende sobre mí un riesgo sólido. Si la enfermera me llama, ¿Significa que ha visto algo mal? ¿Cómo lo contaría si supiera que tengo cáncer? Poco a poco, a medida que pasan los segundos y nadie me llama, voy serenándome.

Noto que ha pasado la nube negra cuando me descubro pensando que si a los hombres tuvieran que hacerles una "penegrafía" habrían descubierto ya formas menos incómodas de detección del cáncer de mama.

5 comentarios:

  1. Las mujeres somos tan fuertes que cada año, vamos a preguntar si tenemos cáncer. Aborrezco el miedo con el que trasncurre todo el proceso, y el dolor por cierto.

    Que respiro cuando todo sale bien ;)

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  2. Que miedo da la palabreja, es oírla y echarse a temblar, me quedo con tu sentido del humor, como me gustaría ver una "penegrafía" será por que estoy pensando en alguien en particular jajajaja ...

    Besos !

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  3. Ya sé que las comparaciones son odiosas; pero dónde esté un tacto rectal....

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Pilar: en realidad, lo que me preocupa es la certeza de nuestra ausencia y el miedo a la decadencia y a que el futuro no esté en consonancia con el presente y el pasado. Cosas de los sesenta, que a tí aún te quedan lejos.
    Bet: no son las palabras las que amenazan, es la vida.
    Valentín: no trato de comparar, cada palo aguanta su vela pero piensa -solo como hipótesis- en una "penegrafía" como dior manda. Solo de pensarlo duele.

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