jueves, 25 de abril de 2013

Gallardón y los obispos: sin complejos

 España es un país no confesional donde el Papa da orientaciones al presidente del gobierno y los obispos escriben el borrador de las leyes. La afición de los obispos al mangoneo político es una constante histórica pero se hace más violenta y transgresora cuando el objeto legal tiene que ver con el sexo y afecta a las mujeres.

Hay que recordar el flujo clerical que se produjo con la aparición de los anovulatorios, conocidos en sus inicios como “pastilla anti-baby” o, más directamente, la “píldora” –como si no hubiera otras píldoras con propiedades diversas- porque, como es bien sabido, una de sus propiedades es que inhiben la función reproductiva.

Lo que salió por la boquita de los obispos en aquellos alabados años 70 lo recordamos bien quienes lo vivimos. Lo que se dijo respecto a quienes tuvieran tentación de utilizar la píldora no es para repetirlo a estas alturas. Lo menos era la condenación eterna; muchas de aquellas mujeres fueron señaladas públicamente, por no mencionar las dificultades que encontraron para que las farmacias dispensaran la dichosa píldora. Porque, igual que pasado un tiempo hubo farmacéuticos objetores del preservativo, muchos más objetaron la dispensa de anovulatorios. 

A pesar de que entonces España fuera la reserva espiritual de occidente, la mayoría de mujeres en edad fértil decidió por su cuenta porque la píldora anticonceptiva suponía un avance inigualable. Suponía, ni más ni menos, la posibilidad de elegir si querían ser madres o no serlo. Y si querían, cuándo. Ellas, sin persona interpuesta. Eso -que las mujeres puedan decidir por sí mismas- es más de lo que la iglesia puede soportar.

Este concepto que el estamento eclesiástico tiene de las mujeres como menores de edad eternamente que han de ser conducidas y guiadas por el macho de la tribu es un sentimiento muy extendido entre un tipo de hombres. Una media de sesenta mujeres muere cada año a manos de hombres que siguen pensando que ellos son los únicos que pueden decidir lo que es bueno para las mujeres cuando éstas han pretendido abandonarlos.  No se conoce que la iglesia haya dictado encíclica, fatwa o pastoral alguna reprochando esta conducta exclusivamente masculina. Seguramente, si los obispos pusieran en combatir a la violencia machista el mismo empeño que ponen en combatir a las mujeres que abortan el número de mujeres muertas a manos del machismo hubiera disminuido considerablemente.

Como no ha sido así, lo poco que se ha avanzado en esta materia se debe a la lucha del feminismo y al apoyo que los gobiernos socialistas prestaron a estas reivindicaciones. Así fue como se consiguió la Ley contra la violencia de género –en la que España fue pionera-: por la lucha de las mujeres. Entonces los obispos estaban en otra onda.

La onda en la que la iglesia en general y la Conferencia Episcopal en particular sintonizan es la que atañe a su sexto mandamiento. Y en ese epígrafe, ocupa el papel estelar lo que tiene que ver con el aborto.

No nos engañemos, el aborto ha existido siempre. Mujeres con alto poder adquisitivo que se han extirpado reiteradamente el apéndice a manos de médicos complacientes han existido siempre. Mujeres que se han puesto en manos de parteras con supuestas habilidades abortivas han existido siempre. Aquéllas han mantenido a salvo su honor porque cuando se mueven en determinados niveles nadie se sorprende de que una mujer tenga varios apéndices intestinales que puedan ser extirpados sucesivamente. Entre las segundas, muchas han muerto o han sufrido horribles hemorragias. O han ido a la cárcel. Porque el aborto era un delito pero sólo para las mujeres que no pueden acceder a médicos discretos y comprensivos o pueden viajar a Londres, donde la ley permite el aborto inducido. También han acabado en la cárcel muchos médicos y enfermeros solidarios que se han prestado a ayudar a mujeres que pedían interrumpir un embarazo no deseado.

Salvo el breve paréntesis de la II República, cuando se aprobó una ley del aborto a instancias de Federica Montseny (CNT) y en el gobierno socialista de Largo Caballero, la primera ley despenalizadora del aborto voluntario se aprobó en julio de 1985 y contemplaba tres supuestos: violación, malformación del feto o riesgo grave para la salud física y psíquica de la embarazada. Los obispos y compañía montaron también un ensayo de la tercera guerra mundial pero la ley salió adelante por la mayoría parlamentaria socialista.

En 2010, -con un gobierno también socialista presidido por Rodríguez Zapatero, por otras razones tan justamente denostado - se aprobó una nueva Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, una ley de plazos como la existente en varios países europeos. La mujer podría interrumpir su embarazo dentro de las 14 primeras semanas de gestación sin tener que justificar sus razones. El Partido Popular presentó recurso ante el Tribunal Constitucional, que aún no ha emitido dictamen. En el programa electoral con que concurrió a las últimas elecciones el PP prometía modificar dicha ley y ahora se dispone a hacerlo. Que ya es casualidad que el único punto de su programa que vayan a cumplir suponga que las mujeres pueden resultar procesadas y acabar en la cárcel por abortar.

Si uno se detiene a escuchar los argumentos de los obispos –y del actual ministro de Justicia- se diría que las mujeres abortan porque no tienen cosa más interesante que hacer o porque son asesinas en potencia. Pero no, ninguna mujer quiere abortar. El aborto es algo traumático para el cuerpo y para el ánimo. Pero hay muchas ocasiones en que ser madre lo es más aún. Y, en última instancia, es la mujer quien pare, quien conoce cuáles son sus circunstancias, quien debe poder elegir si quiere ser madre o no serlo, no los obispos ni el ministro de Justicia.
Ah! Qué distinta sería la sociedad española si la Conferencia Episcopal pusiera el mismo empeño que pone en asuntos de faldas en aquellas materias que tienen que ver con la corrupción, con la especulación, con la explotación de los débiles, con el despilfarro. Qué distinta sería también si el Papa desarrollara en una encíclica el principio evangélico de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que entre un rico en el reino de los cielos. Está por ver que un cura se suba al púlpito y señale con el dedo a un ministro incompetente o a un especulador y le diga con voz tronitonante: Es usted un mal ejemplo para esta feligresía.

No sé en virtud de qué autoridad se alzan los muecines católicos desde sus alminares digitales y analógicos cuando la ley no obliga a abortar a nadie pero la restricción de los derechos ahora vigentes conducirá a la cárcel a mujeres católicas y a otras que no lo son. No sé de qué moral hablan los mismos que no se conmueven con los niños que pasan hambre –aquí y ahora, no en África- los mismos que viven como virreyes y se acogen a privilegios arcaicos para no pagar impuestos que pagamos el común de los mortales.

 
En resumen: el gobierno se dispone a modificar la ley del aborto para volver a la situación de antes de 1985. Aparte de su propio impulso, han empujado en la misma dirección la Conferencia Episcopal y el mismísimo Papa de Roma, que ya le mandó un recado a Rajoy cuando éste le visitó recientemente. Como bien ha señalado Elvira Lindo en su columna de El País, la nueva y restrictiva ley arrojará a las mujeres a la clandestinidad y, en algún supuesto, a la cárcel. 

El Papa de Roma, el arzobispo Rouco, el presidente Rajoy, el ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, hombres todos, deciden -sin complejos- que las mujeres no estamos en condiciones de decidir. Los veo, tan sonrientes y satisfechos, y recuerdo la frase que Casona pone en labios de Pedro de Portugal en su obra Corona de amor y muerte: Es admirable cómo se odia el pecado cuando no se puede pecar.

3 comentarios:

  1. No somos, no estamos, no decidimos.
    Y además calladitas, so pena de multa, juicio o carcel, solo por protestar.

    Algun momento llegaremos al límite, pero ¿dónde está?


    Un abrazo triste, todo esto empieza a pesarme mucho.

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  2. Corrijo, brindemos por ser capaces aún de entender, explicar y pelear, que no es poco.

    ¿el gintónic con lima o naranja?

    Besos

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  3. Yo les comprendo, su planteamiento es de vida, caiga quien caiga, aunque condene a la mujer a cambiar toda su vida para criar a un hijo no deseado, qué pena. El aborto seguirá existiendo, desgraciadamente, pero sin garantías.

    Lo que pasa es que en esta batalla de posturas irreconciliables, jamás, ninguno, le han dicho al hombre que haga el favor de meterse el nabo por el culo con perdón, que parece que es que las mujeres se embarazan solas.

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