martes, 14 de mayo de 2013

Todo lo que era sólido

En su último libro, Todo lo que era sólido, Antonio Muñoz Molina reflexiona sobre el camino que nos ha conducido a la situación de crisis y penuria en la que nos hallamos. Lo hace sin contemplaciones. Hay una parte de culpa que nos es ajena, razona, pero hay una cuota no menor en la que somos responsables todos. Muchas de las cosas que ocurrieron no se hicieron en secreto sino a plena luz del día, ante nuestros ojos complacientes o desentendidos. Lo sabíamos y nos pareció bien. Estábamos atentos a otras cosas o miramos hacia otro lado.

El libro es sumamente esclarecedor: escuece a ratos y avergüenza en otros pero es sumamente didáctico. No somos inocentes y debemos aprender la lección, viene a decirnos. La lección es que el presente condiciona el futuro. Nada de lo que ocurre es irrelevante. Recogemos lo que sembramos, en suma.

Pero haríamos mal en suponer que todo lo malo ocurrió en el pasado. El ser humano es el único animal capaz de tropezar reiteradamente en la misma piedra. La semana pasada el Parlamento aprobaba una nueva Ley de Costas que viene a consagrar la filosofía de la especulación que infló la burbuja inmobiliaria. No han/hemos aprendido nada. O sí.

No hemos aprendido a defender lo que nos es común. No hemos aprendido a parar los pies a los especuladores. Hay una parte de la población empeñada en aprovechar los rendimientos de la economía nacional en provecho propio o de los suyos. Los banqueros, los especuladores del dinero y del suelo y una parte de la clase política no están en crisis, muy al contrario, están aprovechando bien las oportunidades que ésta les ofrece. Ellos han aprendido que gozan de impunidad.

La filosofía que subyace en la nueva Ley de Costas no es –como cabría esperar- arreglemos los destrozos que se han hecho en el paisaje litoral sino, ya que se ha destrozado, aprovechémonos de ello. Para mayor sarcasmo, la ley se reclama protectora: Ley de Costas para la protección ambiental y el desarrollo sostenible de nuestro litoral, reza el enunciado.

No hemos aprendido a poner coto a esos lobbys, a controlar al poder. Ni siquiera estamos siendo capaces de contrarrestar el robo de las palabras, el vaciamiento de contenido, de significado: el lenguaje es una de las víctimas de esta crisis. En el futuro, cuando ya sea irremediable, nos lamentaremos de nuevo de la destrucción total de la costa. Reprocharemos a los políticos de hoy su actitud desvergonzada e irresponsable. Descargaremos así nuestra conciencia pero el hecho real es que el pasado jueves únicamente los chicos de Greenpeace fueron capaces de dar una mínima respuesta a la actuación del Parlamento al trepar por la fachada del Congreso para llamar la atención sobre lo que estaba ocurriendo. Los demás no hicimos nada. Nada eficaz, al menos.


Algún día nuestros nietos nos dirigirán, quizá, el reproche machista que se atribuye a la madre de Boabdil el Chico a la pérdida de Granada: No llores como mujer lo que no has sabido defender como hombre. Nos lo tendremos merecido: hombres y mujeres.

4 comentarios:

  1. Es tan cierto que hasta duele leerlo
    No aprenderemos nunca
    Besos

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    1. Aprendemos pero a veces tarde. Y otras veces, no lo suficiente.

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  2. Aborrezco que tengas razón y lo peor es que la rabia cede paso a la impotencia.

    Me pienso resarcir en gintónics, lo sepas.

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