viernes, 7 de junio de 2013

El estrés del ave fénix de Madrid


Las ciudades son entes vivos. Nacen, crecen, se reproducen -a veces- y, también a veces, mueren. O se las mata. Madrid no tiene mucha suerte con sus gestores y no me refiero sólo a Ana Botella, que puede que no sea la peor. Madrid sostiene una especie de pugilato con sus alcaldes, una especie de a ver quién puede más si tú desmontándome o yo recreándome. Madrid se reinventa cíclicamente, como el ave fénix que renace de sus cenizas.

Si tienes la oportunidad -o la suerte- de pasear por sus calles puedes comprobar cómo va evolucionando su apariencia, sus tiendas. Ah, sus viejas tiendas. ¡Cuánto historia encierran esas tiendas de barrio en las que se vende de todo! Historia cotidiana, esa que remite a nuestras costumbres, nuestros usos, a nosotros mismos.

Pongamos por caso que alguien de tu familia tiene una vena artística y le da por pintar y tu quieres enmarcar sus obras de arte sin dejarte en ello la hijuela. ¿Dónde ir? En la calle San Cayetano tienes para escoger hasta aburrirte. Más aún, si vas en domingo o festivo, cuando el Rastro abre sus inexistentes puertas, te sacan el muestrario a la calle y tú vas: este quiero, este no quiero. Terminas dejándote una pasta pero mucho menos que si vas a cualquier otro lugar.
En la esquina de San Cayetano con Embajadores hubo una tienda que bien pudo conocer a don Benito Pérez Galdós y a muchos de sus personajes que pulularon por esta zona. ULTRAMARINOS, rezaba el cartel. ¡Qué hermosa palabra! Ultramarinos, lo que viene de Ultramar. Una gama completa de fragancias, de olores exóticos y a la vez familiares, aquéllo que comprábamos en la infancia: pimentón, azafrán, canela, chocolate, bacalao... Ultramarinos, una palabra que tienes integrada en el diccionario de tu disco duro interno sin plantearte su significado profundo pero que se te planta de frente cuando llegas a Cuba, tan pronto como te apeas del avión en el aeropuerto de La Habana y sientes ese olor familiar que te acompaña por todas sus calles. Ultramarinos, de Ultramar.
En la tienda aquella podías encontrar, además de especias diversas, legumbres de cualquier punto de España y unas excelentes conservas. Las fotos que aquí se ven fueron hechas el 20 de marzo de 2006. 
El 28 de febrero de 2010 volvimos a fotografiar la tienda que -¡Oh, sorpresa!- ya no era una tienda de ultramarinos sino una boutique oriental -vulgo chino-. Haoxiangni, S.L., indicaba un cartelón, al que seguía otro con un toque de refinamiento: Moda Ropa de Italia. Bien.
Es el signo de los tiempos, te dices. Eso pasa porque ahora la gente va a comprar las legumbres en El Barco de Ávila... o en el Cortinglés. Pero hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad, una barbaridad. Y hasta los chinos sufren la crisis.
 
 El 27 de octubre de 2012, los chinos habían dejado libre el local, que había sido ocupado por dos fruterías. Una de ellas, al menos, atendida por varios birmanos; birmanos no en sentido genérico sino como masculino plural. Todos los dependientes son chicos. 
 
 Aprovechando el paseo, a veces te da por fotografíar cosas y casas que te llaman la atención. Término éste un tanto impreciso porque a tí te llama la atención casi todo. En octubre del año pasado te chocó que la casona del número 18 de la calle Embajadores estaba apeada y tapiadas algunas de sus ventanas. ¿Qué ha pasado si hasta no hace mucho funcionaba la farmacia de sus bajos?
 
Otro edificio que se come la piqueta, comentó el colega. No creo, tendrán que mantener la fachada, al menos su escudo nobiliario, respondo, más confiada.
Tenía razón el colega. El 21 de marzo, apenas quedaba ya un lienzo de la fachada. Hoy, El País cuenta que ha sido el propio Ayuntamiento quien ha manejado la piqueta. En el solar se levantará un edificio moderno dedicado a servicios municipales. Cuando haya presupuesto, añaden.

Para mí que van a acabar con el ave fénix de Madrid a base de estrés. 

1 comentario:

Lo que tú digas