En
una época en la que los reyes lo eran por la gracia de Dios, los monarcas se
consideraban intérpretes de la voluntad divina. Lo mismo si se trataba de
emprender una contienda que de ornamentar una ciudad. Éste es el caso de la
Fuente de la Fama, encargada por Felipe V –el primero de los Borbones, que
llegaba a Madrid acostumbrado a la fastuosidad de Versalles- para mejorar el
aprovisionamiento de agua y embellecer a Madrid.
El
proyecto se encomendó a Pedro de Ribera y las obras se prolongaron entre junio
de 1731 y mayo de 1732. Como se financió mediante una subida de impuestos, en
el momento de su inauguración se instaló una placa que rezaba: “Deo volente,
rege survente et populo contribuiente”, esto es, “Dios lo quiso, el rey lo
mandó y el pueblo lo pagó”. Para despejar dudas. Inicialmente se instaló en la
plaza de Antón Martín; de ahí pasó al parque del Oeste y en 1941 se trasladó
junto a lo que entonces era el Real Hospicio de San Fernando, en la calle de
Fuencarral, y actualmente es el Museo de Historia de Madrid, obra asimismo de
Ribera.
Allí
sigue, en el centro de los (mal) llamados jardines del Arquitecto Ribera, que
no son sino un patio de hormigón a la espalda del museo, a un costado de la
calle Barceló, rodeada de una verja que quizá protege pero que con seguridad aísla
a la fuente.
Es
una fuente de piedra berroqueña y caliza de Colmenar de Oreja, fiel al estilo
churrigueresco de la época. La base descansa en un pilón en forma de trébol de
cuatro hojas al que vierten el agua otros tantos delfines. De ellos surge una
pilastra adornada con la profusión propia del churrigueresco: hornacinas con
abundancia de floreros y las estatuas de cuatro niños que sostienen sendas
conchas invertidas. Remata la pilastra una victoria alada empuñando una
trompeta, obra del escultor Juan Bautista. El insinuado movimiento de la figura
alada simboliza la fugacidad de la fama, representada en la trompeta, en lo que
se interpreta como una alegoría del precepto clásico: Carpe diem, carpe horam (Aprovecha los días, aprovecha las horas).
Desde
esta perspectiva, la Fuente de la Fama, de voluntad divina, mandato regio y
apoquinamiento vecinal, ejerce una influencia notable. Los (no) jardines de
Ribera se encuentran en el corazón de una zona de Madrid de mucho trasiego
personal y de licores, punto de encuentro nocherniego y escenario de botellones.
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