viernes, 16 de octubre de 2015

Cómo cambia Caperucita

El otoño madrileño, cuando sale bien mandado, es la mejor estación del año. Soleadito, fresco, brillante, luminoso, una gozada. Así que, recogidita en la calle, decides de pronto seguir el último itinerario que recorrió don José Canalejas, que murió asesinado el 12 de noviembre de 1912, siendo presidente del Gobierno. Canalejas vivía en el palacio Goyeneche, luego conocido como de Santoña, una casona del siglo XVI, reformada en el XVIII, con portadas a la calle Huertas -obra de Pedro Ribera- y a la del Príncipe, actualmente ocupada por la Cámara de Comercio e Industria de Madrid.
Siguiendo la calle del Príncipe compruebas que ya han quitado totalmente las vallas que durante años han rodeado en Teatro de la Comedia, que reabre hoy sus puertas con El alcalde de Zalamea. En la Plaza de Canalejas -también conocida como de las cuatro calles- compruebas que los edificios antaño ocupados por los bancos Banesto y Central Hispanoamericano siguen en el esqueleto, aunque pronto reanudarán las obras para transformar el lugar en una esquina de lujo -hoteles, apartamentos, tiendas de alto nivel-.
Te acuerdas de Mario Conde, que aquí sentó sus reales cuando se codeaba con la realeza y piensas cuán frágil y fugaz es la fama y la gloria, más aún la que depende del favor ajeno. Dejas a Mario Conde con sus píldoras de filosofía low cost que prodiga en las redes y te encaminas a la Puerta del Sol, donde cayó Canalejas mientras observaba el escaparate de la Librería San Martín, situado en la esquina con la calle Carretas, local ocupado hoy por una tienda de ropa, en cuya parte superior se mantiene una placa que recuerda el suceso. El ingenio madrileño enseguida sacó punta del hecho, asegurando que se trataba del disparo más largo de la historia pues había abatido a Canalejas, atravesado la luna (del escaparate) y alcanzado a San Martín (el librero que se encontraba en el interior).
Al girar a la izquierda para tomar la Carrera de San Jerónimo te topas con un grupo de adolescentes uniformadas -faldita corta de cuadros y chaqueta azul, ambas de buen corte- y recuerdas tus años de internado, cuando salías en fila con tus compañeras de clase dirigidas por la monja tutora, vigilante de que nadie abandonara la fila ni se comunicara con otros paseantes. Recuerdas que una compañera mayor aprovechaba estos paseos para verse con el novio y comunicarse mediante un lenguaje de miradas y gestos que sólo ellos conocían.
Miras a las crías, con el saludable aspecto de quien ha comido bien desde la cuna y la apariencia externa de quien dispone de buen pasar y te congratulas interiormente de que las futuras generaciones de mujeres puedan disfrutar de buena educación, lo que les proporcionará de mayor autonomía y les permitirá elegir su camino sin tantas interferencias ni condicionantes como tuvieron las que les han precedido. Caperucita ha aprendido a andar por el bosque sola, piensas.
El mundo ha cambiado a mejor también para las chicas, te dices, justo cuando las adolescentes y tú llegáis a la altura de Lhardy, restaurante famoso por su cocido y por su clientela antigua. Entre las innumerables anécdotas que se cuentan del lugar, una refiere que los camareros encontraron un refajo en el reservado donde había comido la reina Isabel II, bien acompañada, a lo que parece.
Estás a punto de evocar otro almuerzo más reciente, en compañía de Pilar de Abalorios y los respectivos colegas, y el encuentro con Alberto Ruiz Gallardón, a la sazón ministro de Justicia, cuando una de las niñas se para ante el escaparate y exclama en voz alta: Hostia puta.
Verdaderamente, cómo ha cambiado el cuento de Caperucita.

6 comentarios:

  1. una maravilla este paseo contigo... y sí, caperucita ha cambiado... lo que el lobo aun no sabe es que va a tener que ir con cuidado...
    un placer, como siempre...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tal como están las cosas más vale que vayan con cuidado tanto caperucita como el lobo. Por si acaso.
      Besos.

      Eliminar
  2. Cuanto me gustaría tener un rato de "chachara" con Pilar de Abalarios y contigo pero fuera de Madrid, aquí en mi casa, en la tuya me avasayarias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues todo es cuestión de ponerse. Te advierto que ya hemos hecho una panda de blogueros que, a lo tonto, nos hemos recorrido media España para encontrarnos. También en Madrid, que yo no acostumbro a avasallar a nadie.
      Saludos.

      Eliminar
    2. Emilio, en Madrid o dónde se tercie, y tranquilo aún no nos hemos comido un blogero, pero comer, no veas como comemos.
      Un saludo

      Eliminar
  3. Uhmmmm qué rico el cocido y que ... el exministro querida.
    El cuento cambia a pesar de que quieran que no cambie nada, el problema es que al paso que el se mueve el cambio no nos quedarán dientes ni para la sopa.

    un beso, siempre un placer pasear contigo por los madriles

    ResponderEliminar

Lo que tú digas