jueves, 28 de enero de 2016

Leonisa Ull, el precio de la libertad


Soy una feminista convencida. He dedicado mucho de mi tiempo a conocer lo que otras mujeres pelearon para que nosotras pudiéramos disfrutar la precaria igualdad legal que ha alcanzado mi hija y que, espero, habrá seguido avanzando cuando mis nietas puedan coger el relevo. Sé que las mujeres del mundo desarrollado, especialmente las mujeres europeas, somos deudoras de aquellas pioneras, las sufragistas, las abolicionistas, las luchadoras contra la discriminación. Nada nos ha sido concedido gratuitamente, hasta el más pequeño avance es consecuencia de una larga pelea el resultado de muchas derrotas anteriores, de mucho sufrimiento. Lo sé por el conocimientos adquirido y por la experiencia empírica. Pertenezco a una generación que ha crecido en la desigualdad y en la discriminación admitida como valor positivo. Ser mujer no ha sido nunca fácil, tampoco lo es ahora. Pero las mujeres que nacimos en la primera mitad del siglo XX lo tuvimos mucho más difícil aún. Éramos invisibles. Podíamos realizar las tareas más duras en el campo, o resolver la intendencia en momentos de absoluta escasez pero, a efectos de la consideración social, no existíamos. Nadie pensaba en nosotras como personas, con derecho al conocimiento, a la formación, con derecho a elegir qué queríamos ser. Éramos mujeres, ¿qué otra cosa podíamos pretender?
Estas palabras, extraídas de unas declaraciones de Leonisa Ull, resumen cabalmente su actitud vital y expresan con nitidez la situación de las mujeres de su generación. En los inicios del siglo XXI, en países desarrollados como España las mujeres aún deben pagar un precio añadido por ejercer la libertad de pensamiento y de actuación que a los hombres se les concede gratis: perciben menos salario que sus compañeros por el mismo trabajo, tienen mayores dificultades para conciliar su vida personal y laboral y han de sortear grandes obstáculos para acceder a niveles de poder efectivo. Más aún, en la España de la transición política, cuando el país salía de una dictadura que había aplastado toda esperanza de progreso en tres cuartos del siglo XX, las mujeres españolas pagaron un alto precio por el hecho de pensar por sí mismas, por la pretensión de actuar con autonomía y sin tutela. A las mujeres en general y a las españolas en particular les ha salido muy caro su acceso al mundo laboral y a la participación en la política. Todas han dejado jirones de vida en el empeño.
Leonisa Ull pertenece a la primera generación de mujeres que, tras la guerra civil, se incorporaron a la vida académica, a la vida laboral y a la vida política después. Pertenece a la casta de las pioneras, de las luchadoras, de las combativas, de las inquebrantables, de las irreductibles. De las que han ido abriendo camino para que a otras mujeres que han venido luego les sea más fácil transitar por la vida ciudadana.
Hija de un médico republicano de izquierdas identificado con el socialismo y comprometido en la defensa de la segunda República española, su infancia estuvo marcada por las represalias de la dictadura franquista, que truncó cualquier ambición en la carrera profesional paterna. La familia, el padre, la madre y dos hermanos más, de origen navarro-aragonés-valenciano, deambuló por pequeños pueblos donde los antecedentes políticos del cabeza de familia pasaran lo más desapercibidos posible. Cuando desembarcaron en Aranda de Duero, Leonisa Ull estrenaba adolescencia.
En esta población burgalesa terminó el bachiller, decidió estudiar magisterio y dedicarse a la docencia. La temprana boda, como era usual en la época, interrumpió los estudios que retomaría de nuevo, ya con dos hijos. Estudiaba en Aranda y se examinaba por libre en la Escuela Normal María Díaz Jiménez de Madrid. Titulada como maestra, toda su vida docente, un cuarto de siglo, se desempeñó en el colegio municipal Virgen de las Viñas, en el barrio de Santa Catalina, el más popular de la localidad, de extracción claramente proletaria.
Vinculada siempre al socialismo por lealtad paterna y por convicción propia, se afilia al Partido Socialista Obrero Español a poco de que en España se legalizaran los partidos políticos y trabaja en la organización del partido en Aranda. Bajo estas siglas sería concejala en las primeras elecciones municipales democráticas de 1979, tras el paréntesis de la dictadura. En 1982 fue elegida secretaria general de la agrupación local del PSOE, estrenando de forma pública su condición de pionera que será ya una constante en su vida. Ha sido, en efecto, la primera mujer en dirigir una agrupación política en Aranda, como en 1083 sería la primera alcaldesa y luego la primera diputada comarcal.
Está hecha de la madera de los pionero, de ahí esa facilidad suya para adelantarse a los tiempos. Como alcaldesa abrió un sin fin de nuevos caminos: ella celebró el primer matrimonio civil, pero también elaboró el primer Plan de Igualdad de Oportunidades, creó el Servicio de Ayuda a Domicilio a personas mayores o el Centro de Asesoramiento de la Mujer. Ha tenido de siempre, ya se ve, una inclinación especial por los más desfavorecidos pero también por mejorar la calidad de vida y el nivel cultural del entorno donde se ha desenvuelto: puso en marcha la Escuela Oficial de Idiomas y organizó certámenes y fiestas del vino, para afianzar el valor añadido de la primera riqueza comarcal.
Por dondequiera que se mire en la comarca ribereña se encuentra una huella de su paso: una asociación de mujeres o de personas mayores, una iniciativa social, la rehabilitación de un elemento cultural, las colonias de verano para niños saharauis. Ha sido la suya una actividad incesante y plural: inauguró la bandera de Aranda, diseñada por Juan G. Abad y, aprovechando la afición de la localidad a la música, reunió a quienes tocaban diversos instrumentos en las peñas, y creó la banda musical de música.
No sólo en la comarca. Su iniciativa ha saltado fronteras cuando ha sido menester. Fundadora de la Asociación de Municipios de la Ribera del Duero de España y Portugal, en 1992 suscribió con el presidente de la Cámara de Oporto, Fernando Gómez, el acta de constitución del nuevo organismo. Luchadora y tenaz, al año siguiente ambos firmarían en Valladolid el protocolo de reglamento de la Agrupación Europea de Intereses económicos de los Municipios de la Ribera del Duero, en presencia del presidente de la Junta de Castilla y León, Juan José Lucas, y del delegado del Gobierno en la Comunidad, Arsenio Lope Huerta.

Cuando se le señala esta sobreabundancia de actuaciones, responde que no tiene mérito el que hiciera tantas cosas porque ha tenido la suerte de vivir un tiempo político en el que había mucho trabajo porque estaba casi todo sin hacer. Debe ser cierto, pero es verdad que fue ella quien hizo esa labor.
En su etapa de alcaldesa y de secretaria general de la Agrupación local del PSOE de Aranda mantuvo una apretada agenda. En Portugal participó en la campaña electoral de auel país en compañía de Julio Meirinho, parlamentario nacional, y del presidente Mario Soares. En Oporto participo como ponente en la mesa “Ciudadanía y Poder” en 1966 y en el Congreso Internacional do Douro en 1998.
Como concejala, Leonisa Ull fue delegada de Acción Social Mujer, Salud e igualdad de Oportunidades y Hermanamientos del Ayuntamiento de Aranda. Áreas de actuación en las que su intuición, su experiencia y su empuje fueron igualmente rentables.
Tuvo ocasiones de proyectar su vida lejos de Aranda pero siempre apostó por su vinculación a la villa y a la comarca. “Este es mi tajo, mi puesto de trabajo como socialista”, respondió siempre.
Ha defendido a capa y espada, vale decir, de pensamiento, palabra y acción, su libertad y honestidad y por ello, y por no haber aprendido a mentir en ocasiones ha tenido que pagar un precio muy elevado en sinsabores y en incomprensión. A veces, incluso de los suyos.
También ha tenido recompensas muy gratificantes. Desde la presidencia de la Asociación de Mujeres Progresistas Rosa de Lima Manzano, que ella creó en 1988 y que presiden desde 1995, ha visto como surgía una generación de mujeres más autónomas y mejor dotadas para vivir en libertad e igualdad. Una generación de ciudadanas de pleno derecho, quizá una de las mayores satisfacciones para una feminista convencida y comprometida como Leonisa. Eso, y que sus tres nietas, Marina, Lucía y Paula apunten maneras de mujeres feministas y comprometidas.
El 13 de noviembre de 2015, la Federación de Mujeres Progresistas le concedió su premio “Mujer Progresista”, que le fue entregado por Carmen Alborch. Desde la altura de sus ochenta años tan intensamente vividos, pudo sentir el reconocimiento de muchos compañeros de lucha, del movimiento asociativo, de la plana mayor del PSOE provincial y regional que le acompañaban, de los amigos de muchos años, de su familia y de Paula, su “última alumna y la mejor”.
Si se decidiera a hacer balance de su vida, habría de reconocer que la semilla plantada por aquel idealista Agustin Ull, que nunca habló de sus ilusiones y fracasos, ha fructificado en una buena cosecha, justo en la Castilla que él tanto quiso.
Hay personas que luchan un día y son buenas, otras luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, dejó escrito Bertold Brech, pero están quienes luchan toda la vida, y esas personas son imprescindibles. Leonisa Ull pertenece por derecho propio a ese tipo de personas imprescindibles. Porque ha luchado sin desfallecimiento y porque ha pagado una alto precio por ello. 

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