lunes, 28 de marzo de 2016

Las casas de la malicia de Madrid y la honradez nacional

Cada generación tiene la tentación de inventar el mundo. Hacer tabla rasa de la herencia y empezar de nuevo. Es lo que se llama adanismo. Llegó Suárez en su momento, paró el Movimiento y dijo que lo suyo era borrón y cuenta nueva. Llegó González, licenció al mismísimo Karl Marx y se puso a escribir el génesis socialista. Llegó Aznar, licenció a Fraga y nos explicó como se hace una guerra allende los mares. Llegó Rodríguez Zapatero, retiró a González y se aplicó a inventar el socialismo del siglo XXI. Llegó Rajoy -que, por si no lo habéis notado, es el único presidente del gobierno de la democracia que no tiene zeta en su apellido- despachó a Aznar y a Zapatero de una tacada y se puso a inventar el capitalismo de nuevo cuño. Todos, a la manera del padre Adán.
Con el paso de tiempo, vamos descubriendo que casi todo está inventado y que lo que falta es hacer bien lo que ya sabemos pero mientras, nos han tenido entretenidos, convencidos de que estábamos descubriendo la democracia y la política, todo a la vez.
Recientemente, hemos descubierto con sorpresa la corrupción política, como si acabara de ser inventada y como si fuera una infección venérea que únicamente afecta a los políticos. Pues tampoco. Los políticos en España tienen una larga cátedra de corruptos. Y los no políticos, también. Por elegirlos y por su propia iniciativa.
La relación de ejemplos es tan larga que deja la Enciclopedia Británica como un tebeo. Pero, si paseáis por el centro de Madrid, en el número 10 de la calle Redondilla, esquina con Mancebos, tenéis un ejemplo palpable de que en materia de corruptelas, tenemos tradición. Por lo menos, desde 1561.
En ese año, el rey Felipe II decidió asentar su corte en Madrid. Pasemos por alto la burbuja inmobiliaria que de un día para otro dejó montada en Valladolid y ciñámonos a la nueva capital del reino, que a la sazón era un poblachón perdido en la frontera de la llanura manchega.
¿Cómo acomodar a los funcionarios de la corte? Para facilitar el proceso se estableció la “regalía de aposento”, norma que obligaba a todo vecino no exento a ceder gratis la mitad de la superficie útil para alojamiento de estos funcionarios. Previamente, el rey había eximido de esta obligación a las casas privilegiadas, esto es, las de los grandes propietarios, previo favor o donación a la Casa Real.
En tal tesitura, la picaresca nacional arbitró una solución imaginativa que pasaba por ocultar hacia el exterior lo que contenía el interior. Y así, se abrieron ventanas a distintos niveles de forma que no había modo de saber cuántos pisos tenía la casa o se construían tejados con gran pendiente, dando una imagen de poca altura al exterior que se elevaba en los patios interiores. Se trataba, en suma, de una forma de construcción planeada para engañar a los inspectores municipales que, a la vista de esos trampantojos, catalogaban las casas de “incómoda partición”, exentas de la regalía de aposento.
Casas de la malicia se llamaron. Y se construyeron por cientos. Las de la calle Redondilla se levantaron entre 1565 y 1590. Han sido muy rehabilitadas pero ahí están, como muestra de nuestra tradicional honradez nacional.

2 comentarios:

  1. Lo de hacer borrón y cuenta nueva, es algo consustancial con la evolución humana, ahora bien, los españoles somos bastante radicales en el tema, nuestra historia así lo dice.

    Saludos

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  2. Me muero de la risa.
    Después de averiguar en Lerma cómo inventamos la burbuja inmobiliaria moviendo la Corte. Aprendo hoy cómo los plebeyos aprendieron a esquivar el abuso.
    Si es que nos tenemos que querer, o declararnos independientes de nosotros mismos.
    Besos

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