sábado, 16 de julio de 2016

Arles, los toros y Van Gogh

Los viajeros llegan a Arles, uno de los puntos elegidos por el colega, con cuatro ideas básicas: la ciudad conserva importantes restos romanos, un teatro y un anfiteatro, una iglesia románica, la de San Trófimo, con un claustro notable, y aquí pasó Van Gogh un año de su triste vida. Con estas premisas, se dirigen en primer lugar a la oficina de turismo, donde les proporcionan documentación suficiente y donde compran el Pass, tarjeta que, por 11 euros, les facilita el acceso a los principales monumentos durante un día.
La oficina de turismo está en el inicio del boulevard Georges Clemenceau, una vía que separa la ciudad antigua de la nueva. Justo al lado, una placa muestra el texto del llamamiento que Charles de Gaulle hizo desde su refugio de Londres, en junio de 1940, “a todos los franceses, dondequiera que se encuentren, a unirse a mí en la acción, en el peligro y en la esperanza. Nuestra patria está en peligro de muerte. Luchemos por salvarla”.
Los viajeros se encaminan a la vieja ciudad y enseguida llegan a la plaza de la República, donde conviven el poder civil, el ayuntamiento, y el poder religioso, la iglesia de Santa Ana, a la izquierda, y la de San Trófimo y su claustro, a la derecha. En el centro, el obelisco romano, construido en el siglo IV en granito rojo de Asia Menor, de 20 metros de altura. Fue erigido en tiempos de Constantino II y ubicado en el centro de la spina del circo. Cuando el circo fue abandonado, en el obelisco se cayó y se partió en dos partes. Fue descubierto en el siglo XIV y reconstruido en el XVII.    
Sentados en una terraza de la misma plaza, se toman un respiro para enterarse de que Arles fue fundada por los griegos en el siglo VI a.C. con el nombre de Theline y conquistada sucesivamente por los celtas saluvios, que la llamaron Arelate, y por los romanos, que llegaron el año 123 a.C. y la convirtieron en una importante urbe. En el año 40 a.C. apoyó a Julio César frente a Pompeyo, que recibió el apoyo de Massalia (Marsella). Tras el triunfo de César, éste, en represalia, concedió a Arelate las posesiones que quitó a Marsella. La ciudad se convirtió en una colonia de veteranos de la legión romana VI Ferrata, la Colonia Juliana de Arles de los soldados de la Sexta Legión.
Esa ciudad romana de Arelate, con sus 400.000 metros cuadrados, alcanzó gran importancia en la Gallia Narbonensis, como prueban sus monumentos: un anfiteatro, un circo (del que quedan restos), un teatro y un arco triunfal, además de sus murallas y un puente, del que no quedan restos porque ha sido reemplazado por una construcción moderna.
Su momento de esplendor romano fue en los siglos IV y V, cuando los emperadores la eligieron como cuartel durante sus campañas militares. Fue favorita de Constantino el Grande, que construyó unos baños termales cuyos restos aún se conservan. Aquí nació su hijo, Constantino II y Constantino III la hizo capital cuando se declaró emperador de Occidente, en el 408.
La plaza sufrió el asalto de los sarracenos en el año 842 y 850. Durante siglos fue un gran puerto fluvial del Ródano hasta que la llegada del ferrocarril en el siglo XIX arrasó con el tráfico fluvial y ocasionó el declive económico de la ciudad.
Los viajeros se adentran en el claustro, que tiene dos galerías románicas y dos góticas. La parte románica fue construida a caballo de los siglos XII y XIII, primero la galería norte y luego la oriental. Acabadas las obras, la ciudad inició un periodo de decadencia, con la marcha de los condes de Provenza, luego, la peste negra diezmó la población. Así que hasta finales del siglo XIV no se reanudaron las obras de las galerías sur, con detalles de la vida de San Trófimo, y oeste, con temas provenzales y de la vida de Santa Marta luchando contra el dragón, ya en estilo gótico. 
Los viajeros se quedan directamente maravillados y concluyen que el claustro está a la altura de cualquiera de los mejores que conocen, que son algunos. Antes de volver a la plaza, descubren una escultura notable del escultor arlesiano Jean Turcan: El ciego y el paralítico. Y se acuerdan de las elecciones generales que ese mismo día se están celebrando en España. 

En la puerta de la iglesia de San Trófimo un cartel impide la entrada excepto a los asistentes a la misa. Los viajeros dudan si entrar, pero una señora muestra con un gesto severo las cámaras y los invita a volver después. Volverán tres veces más y las tres veces encontrarán la iglesia cerrada. En consecuencia, saben de oídas que se construyó a comienzos del XII sobre una basílica del siglo V, dedicada a San Esteban, que los ábsides originales fueron sustituidos en el siglo XV por un coro con deambulatorio y que fue catedral hasta que en 1801 fue convertida en iglesia parroquial y en 1882, declarada basílica menor por León XIII. Toma el nombre de San Trófimo, en perjuicio de San Esteban, cuando en 1152 se traen aquí las reliquias del santo. En su etapa catedralicia fue escenario de la coronación de Federico I Barbarroja como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y de la de Carlos IV, rey de Bohemia.
Los viajeros toman posiciones ante la portada, que es tan extraordinaria o más que el claustro. El Apocalipsis de San Juan, en piedra. Organizada a manera de arco triunfal, representa el juicio final. El tímpano muestra un Pantocrator, con Cristo enmarcado en mandorla con el tetramorfos. En el friso del dintel, los apóstoles y en el friso que recorre la portada, el resultado del juicio final: a la derecha los condenados y a la izquierda los elegidos. Más escenas evangélicas: la Anunciación, el Bautismo, la adoración de los Magos, la matanza de los inocentes. En el nivel inferior, esculturas de santos vinculados a Arles: San Bartolomé, Santiago, San Juan Evangelista, San Pedro, San Felipe, San Esteban, San Andrés, San Pablo y, naturalmente, San Trófimo. Llaman la atención las columnas de piedra oscura, cuyas bases están decoradas con esculturas de leones y de Sansón y Dalila. El catecismo al alcance de todos los fieles. Una acabada muestra de románico provenzal, en un excelente estado de conservación, incluida en el capítulo de monumentos romanos y románicos de Arles declarados patrimonio de la humanidad.

No repuestos de la impresión, los viajeros siguen ruta hacia el lado romano de Arles. Casi limítrofe con la iglesia, se encuentra el Teatro antiguo, construido a finales del siglo I de nuestra era y con capacidad para 10.000 espectadores. También éste se encuentra dispuesto para las actuaciones estivales.
A un tiro de piedra se encuentra también el Anfiteatro, la joya de los arlesianos, de la misma época que el Teatro y con capacidad para 21.000 espectadores. Actualmente, está dedicado a plaza de toros. Porque, como descubren los viajeros con alguna sorpresa, en Arles la afición taurina está realmente arraigada. Todo en la ciudad remite al toro, incluidos los menús. Arles y Nimes, en efecto, son ciudades taurinas, con sus ferias en primavera y otoño. El anfiteatro da sensación de solidez.
Los viajeros posponen para otro momento la visita a los Criptoporticos -dobles galerías subterráneas en forma de herradura- y buscan donde comer en alguna de las direcciones que les han proporcionado en el hotel. No se os ocurra acercaros a la plaza del Foro y menos aún al Café Van Gogh, que es para guiris, comeréis mal y os clavarán, nos han advertido. 
Pasan de largo, pues, de la plaza y toman la rue de las Termas en dirección a Docteur Farton cuando el colega siente el olor de la cocina de un establecimiento que no puede ser más impropio -todo en la decoración gira en torno a la corrida de toros- y donde el plato del día es ¡paella! Allí que se sientan los viajeros -a la viajera la elección no le parece ni medio bien pero está demasiado contenta después de la visita a San Trófimo como para protestar- y salen del trance con una paella, tipo Benidorm, y una zarzuela de pescado, manifiestamente mejorable. El cocinero sale a saludar a la clientela e informa a los viajeros que aprendió a guisar en la Costa Brava. 
El casco histórico de Arles es relativamente pequeño, de manera que es posible recorrerlo a pie sin demasiado esfuerzo. A pocos metros de la paella, en la calle Doctor Farton, se encuentra la Fundación Vicent Van Gogh, un pequeño museo dedicado al artista holandés, que aquí vivió un año, de febrero de 1888 a mayo de 1889, con una actividad febril: más de 300 cuadros, entre ellos algunos de los más famosos. En Arles le visitó Paul Gauguin, aquí ocurrió el incidente del corte de la oreja, tras una discusión entre ambos pintores y de aquí partió Van Gogh al asilo de Saint Rémy de Provence. La exposición ofrece, efectivamente, una muestra interesante de su obra, con muy buenos retratos, y la de algunos de sus contemporáneos influenciados por él.
Cruzando el puente de Trinquetaille -itinerario del Camino de Santiago- se alcanza la orilla derecha del Ródano, desde donde se disfrutan de hermosas vistas de Arles.
Al caer la tarde, los viajeros desoirán las advertencias y acabarán cayendo en la tentación de sentarse en la Plaza del Foro; el primer día, para tomarse un refresco en Chez Arelatis, que resultó ser una buena elección, y el segundo, en el mismo Café Van Gogh, mientras la selección española caía ante la italiana, con gran alborozo local. En el pecado llevaron la penitencia. El camarero, además de perdonarles la vida, les hizo esperar cerca de un cuarto de hora, les sirvió una cerveza caliente y les cobró 15 euros por el favor. !Si Van Gogh levantara la cabeza!

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