lunes, 18 de julio de 2016

La Camarga: sal, flamencos, caballos y toros


La Camarga es una comarca de 750 kilómetros cuadrados situada al sur de Arles, entre los dos brazos principales del delta del Ródano y el Mediterráneo. Un vergel dedicado a la viticultura, el arrozal, los frutales y la ganadería caballar y vacuno, especialmente de reses bravas. Es, además, un humedal de enorme importancia pues aquí pasa el estío la mayor población de flamencos de toda Europa.
Un parque natural, un lugar mítico de peregrinación, una rareza. El destino de los viajeros sensibles, sostiene el presidente Olivier Noël en el folleto turístico que entregan a los viajeros en la oficina de Saintes-Maries-de-la-Mer, adonde se han dirigido nada más llegar.
¿Quienes son estas Santas Marías que aparecen en el escudo y dan nombre al pueblo, el corazón de la Camarga? Son María Salomé -madre de Santiago el Mayor (el de Compostela) y de Juan Evangelista- y María Jacobé -madre de Santiago el Menor, de José y de otros apóstoles- seguidoras de Cristo y las primeras mensajeras de la Resurrección quienes, según la tradición, desembarcaron en las costas de la Camarga con otros discípulos. Sus cuerpos, sigue la tradición, descansan en la iglesia Nuestra Señora del Mar, una fortaleza con espadaña de piedra que mira al mar, convertida en lugar de peregrinación de miles de gitanos que cada 25 de mayo llegan hasta el lugar para venerar a Santa Sara la Negra.
Esta Santa Sara era sirvienta de las Santas Marías, con ellas llegó en la barca y con ellas se quedó. Nada que ver con las Vírgenes Negras de Rocamadour o Puy en Velay. Los gitanos la han escogido como su patrona y la veneran con auténtica devoción. En las peregrinaciones -en mayo, octubre y diciembre- se bajan las arcas que contienen las reliquias de las Santas Marías y se llevan las estatuas de las tres Santas en procesión hasta el mar en recuerdo de su llegada en el siglo I.
La iglesia fue construida en el siglo VI, sobre un oratorio anterior. El obispo de Arles, San Cesaire, la menciona en su testamento en el 542. En el siglo IX, se levanta la primera iglesia fortaleza, para defenderse de las incursiones sarracenas. En el siglo XII se concluye la obra actual, visible en todo el pueblo convertido ya en un lugar de veraneo. 
Consta la iglesia de una sola nave, con una altura de 15 metros, en el centro de la cual hay una fuente de agua dulce. Bajo el ábside, una cripta con la imagen de Santa Sara. En la espadaña, cinco campanas con sus correspondientes tonos y nombres: Claire, la más antigua, bemol; Maríe Jacobé-Marie Salomé, sol; Rosa, do; Fulcranne, bemol; y Reconciliation, fa. Con su aspecto imponente, la iglesia es una pequeña joya del románico provenzal. Hay una escalera que conduce a la torre desde la que, aseguran, se divisa un panorama de la comarca, pero los viajeros han llegado tan pronto que aún no ha abierto. 
Optan, pues, por callejear y enseguida encuentran el antiguo Ayuntamiento y la estatua en bronce de Mireille, en honor a Frédéric Mistral, que en 1859 escribió un poema con este nombre (y Charles Gounod, una ópera en 1863). A un costado del Ayuntamiento actual encuentran la Plaza de los Gitanos, donde hoy se celebra un mercado provenzal. Los viajeros cargan con jabones -a mucho mejor precio que en Aviñón- vino y distintas variedades de sal de las salinas camarguesas.
En las Santas Marías los viajeros saludan al Mediterráneo por primera vez en el año y comen siguiendo el consejo que han recibido en el hotel donde se alojan, en La table du 9. Como se lo han dicho de viva voz, en el camino, han especulado sobre si se trataría de una mesa para nueve, o una mesa nueva pero, al ver el cartel, comprenden que se trata del Tendido del 9. La omnipresencia de lo taurino.
Enseguida siguen camino hacia Aigües Mortes y Le Grau du Roi. La primera es una pequeña población en torno a una fortaleza que debe el nombre a su ubicación en zona pantanosa. Aquí es donde vino el rey Luis IX -el más bonito que un San Luis- a construir un puerto que le diera salida al Mediterráneo y al tiempo le protegiera de la piratería mediante la construcción de una fortaleza. 
La Torre Carbonnière protegía el camino entre el puerto y tierra firme y la Torre Constante protegía a la guarnición además de servir de prisión, primero para los templarios, luego para los hugonotes. De este puerto partirían los francos y el mismo San Luis a las cruzadas. La acumulación de limos y arena del Ródano, el alejamiento de la costa y la anexión de la Provenza a Francia le hicieron perder valor estratégico e importancia. En 1538, Carlos I -Carlos V de Alemania- y Francisco I de Francia firmaron aquí la Paz de Aguas Muertas.
Los viajeros, empujados por el tráfico que abarrota el pueblo, paran el tiempo justo para fotografiar las murallas y siguen hacia las salinas, unas lagunas enormes de un bonito tono rosa, en realidad una de las riquezas de la población. Explotadas ya por los romanos, actualmente producen 450.000 toneladas anuales de sal, muy apreciada por los gourmets. En el camino, encuentran algunas edificaciones típicas que recuerdan vagamente a las barracas valencianas.
La carretera finaliza en Le Grau du Roi -el Puerto del Rey- convertido en un lugar de vacaciones totalmente saturado de veraneantes y turistas. Como no es el plan de los viajeros, paran el tiempo justo para contemplar el faro y se vuelven a la búsqueda de la fauna camarguesa.
En la Camarga, el toro y el caballo existen desde la antigüedad y sobre su origen hay varias e incluso misteriosas tesis. El caballo camargués es una raza antigua, conocida ya por los fenicios. Es un animal no muy grande y sólido. Al nacer su pelaje es marrón y hacia los cuatro años se le va aclarando hasta que en la edad adulta toma el característico gris o blanco. Tradicionalmente, el caballo camargués vive en semi libertad en manadas diseminadas en las marismas pero los viajeros encuentran, sobre todo, infinidad de equinos en instalaciones de turismo ecuestre.
El toro camargués -”Raço di Biòu”- también vive en manadas, sumando alrededor de 20.000 cabezas. Es algo más pequeño que el toro de lidia, más manso y con cornamenta en alto, que en las hembras forman una lira y en los machos, una copa. En la comarca se percibe una auténtica pasión por el toro y por las corridas, que tienen dos formatos: la lidia, con las distintas suertes y la muerte del toro, con las Arenas de Arles como catedral, y la corrida camarguesa, en la que los recortadores pugnan por hacerse con los distintos trofeos que los toros portan en el pelaje y en las astas. En la Camarga hay unas 40 ganaderías de bravo, raza procedente de España.
Un tercio de la Camarga está cubierto de agua, sólo el estanque de Vaccarès ocupa 6.000 hectáreas. Y allá que se van los viajeros en busca de los flamencos. En realidad, el parque ha instalado un parque ornitológico no lejos de Saintes Maries de la Mer, donde llegan los viajeros a una hora de la tarde en la que el sol se está cayendo a trozos y, tras comprobar que los itinerarios son a plein soleil, optan por ir en busca de la vida salvaje -y de un poco de sombra-, hacia el estanque de Vaccarès. 
El parque está atravesado por una red de senderos reservados a caminantes y de algunas carreteras que cruzan canales, arroyos y sembrados diversos: espárragos, viñas, cereal, arrozales... un paisaje verde en este final de junio. Los viajeros paran donde les parece bien por el simple gusto de disfrutar del aire limpio y del silencio del lugar. O para que el colega pueda echar un párrafo con una manada de caballos que le miran con atención tras la cerca de madera.
El estanque de Vaccarès tiene señalizados dos miradores desde los que se pueden contemplar las aves en su estado salvaje. Armados con prismáticos de campo y cámaras de fotos, los viajeros toman posición y dejan pasar el tiempo tranquilamente pensando que, más que un paseo, la Camarga merece una visita larga, larga. Y se emplazan para volver en otra ocasión y recorrer a pie esa playa casi desértica como no hay otra en el Mediterráneo, que va de Saintes Maries de la Mer a Piémanson, en la desembocadura del Gran Ródano.
Despide a los visitantes la Cruz de Camarga, sostenida en un corazón y un ancla, que juntas simbolizan las tres virtudes teologales: le fe, la esperanza y la caridad. Los brazos de la cruz terminan en dos tridentes que representan los guardianes del alma camarguesa. Cualquiera que sea ese alma...

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