jueves, 21 de julio de 2016

Saint Gilles y sus misterios

Saint Gilles de Gard es una población del Languedoc que ahora ronda los 13.000 habitantes pero que en la Edad Media conoció tiempos de gran esplendor en virtud del tesoro que esconde: la abadía de Saint Gilles fue el cuarto lugar de peregrinación del mundo cristiano después de Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela. De aquella gloria queda en pie su magnífica fachada, una cripta monumental y una escalera de caracol que es tomada como modelo en los estudios de arquitectura.
Todo en Saint Gilles se mueve como en una nebulosa legendaria. El origen de la ciudad se identifica con la Rhodanousia griega y en el siglo IX se la menciona como de origen incierto. Debe su fama al santo patrono, de origen igualmente legendario, invocado para la curación de enfermedades y la liberación de presos.
La leyenda del santo nace hacia el año 1.000, hábilmente fomentada por los monjes, según la cual Egidio, ateniense de ilustre familia, abandonó su país huyendo de la fama que le perseguía por su vida ascética y sus muchos milagros. Pasó por Roma y Arles y, finalmente, se retiró al valle del rey Flavius, cerca de la desembocadura del Ródano. Una variante de la leyenda sostiene que durante una partida de caza en la que participaba el rey Wamba, una cierva herida perseguida por la jauría real fue a refugiarse a la cueva de Egidio. Cuando el rey descubrió al eremita, le ofreció el valle y le animó a construir allí un monasterio.
La abadía se construye en el siglo XII sobre tres iglesias anteriores en las que se guardaba la tumba de Saint Gilles, el Egidio de la leyenda, convertida en lugar de peregrinación y culto, el cuarto lugar en importancia en la cristiandad, como ya se ha dicho. Tenía una longitud de 95 metros y 33 de anchura, con una fachada de 40 metros y una cripta proyectada según un proyecto raro en la región.
Mención aparte merece su escalera de caracol, formada por una bóveda de cañón generada por el desplazamiento de un arco de medio punto por una hélice, realizada con piedra cortada, conocida como vis de Saint-Gilles. La construcción, atribuida al arcano de los hermanos constructores del Camino, está rodeado de cierta aureola mítica y es una auténtica obsesión de los tratadistas de estereotomía.
Las guerras de religión del siglo XIV ocasionaron grandes daños en el recinto monacal; a partir del siglo XVII el culto a San Gil y las peregrinaciones a su tumba cayeron en el olvido; los saqueos durante la revolución francesa acabaron de arruinar la abadía, de la que permanece en pie la cripta, la escalera de caracol y la fachada esculpida. Es monumento histórico desde 1840 y su fachada es Patrimonio Mundial de la Unesco como parte del Camino de Santiago en Francia.
Del antiguo esplendor de la ciudad quedan hermosas casas de piedra en su casco antiguo y un museo de la Casa Románica con restos arqueológicos procedentes de la antigua abadía, una colección de herramientas del siglo XIX y una muestra de aves de la Camarga.
Los viajeros llegan hasta Saint Gilles al señuelo de su portada, que conocen por fotografías, pese a lo cual, se quedan maravillados  a la vista del prodigio escultórico: Ah, la sabiduría de los hermanos constructores del Camino. Construida a finales del siglo XII, está considerado como un libro en piedra que se lee de izquierda a derecha, de la portada norte a la sur. 
El friso superior de la portada izquierda representa escenas del Nuevo Testamento, especialmente episodios de la Semana Santa y de la Resurrección; en el tímpano, la Adoración de los Magos, la Virgen en majestad y el sueño de José. 
La portada mediana muestra los doce apóstoles, de los que se identifican a ocho, y a los arcángeles combatiendo a los demonios; en el tímpano central, restaurado en el siglo XVII, Cristo en majestad con el Tetramorfos. 
 En el tímpano de la portada derecha, la Crucifixión; a su izquierda, las figuras que representan el cristianismo, a la derecha, las del judaísmo; en el zócalo, bestiario y escenas del Antiguo Testamento.

La cripta es una iglesia subterránea, el destino de las peregrinaciones pues allí permanece la tumba de Saint Gilles, rodeada aún de peticiones, agradecimientos y ex votos. Cuando la persona responsable de la entrada abre la cancela de acceso, los viajeros creen hallarse solos en la cripta, tan gran como la iglesia superior, pero pronto descubren a una mujer orando junto al sepulcro del santo. Al rato, se levanta y se va. Mientras continúan su visita, los viajeros oyen una voz femenina que entona un canto suave, una melodía apenas perceptible. ¿Oyes lo que yo?, pregunta la viajera al colega. Sí, es un canto a capela, responde él. Ya, pero ¿quién canta? Será la mujer que estaba en la tumba. La mujer se ha ido hace rato, insiste la viajera. A lo mejor se ha quedado, supone el colega. La viajera mira en derredor y no ve a nadie. Los viajeros se sientan a escuchar el cántico, de una rara belleza, que cesa tan repentinamente como ha empezado. 
Los viajeros se levantan y se van sin encontrar persona alguna en la cripta. No me digas que no es rara la musiquilla de ultratumba, comenta la viajera. ¿Qué tiene de raro? Habrá sido la monja que rezaba, explica el colega, siempre racional. ¿Qué monja?, si no llevaba hábito. No, pero tenía pinta de monja, asegura él. Mira que si es una aparición, aventura la viajera. No te montes películas, era la mujer y tenía voz de monja, concluye el colega. La viajera puede asegurar que no vio a nadie en la cripta pero no puede afirmar que el canto fuera mágico o sobrenatural aunque, en confianza, si no lo era, será lo único normal y ordinario en Saint Gilles.  

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